jueves, 29 de marzo de 2018

II

   
Ella era una tormenta de esas con nombre, apellidos e historia, quizás no la mejor de todas.
Conocía perfectamente las hecatombes y carencias que causan los naufragios en el lado izquierdo del pecho,
pero aún así,
con las costillas hechas pedazos,
era la primera en dejarse la cordura olvidada en labios.
Era una de esas piezas de rompecabezas que no sabes si están rotas porque no encajan
o si no encajan porque estan rotas.
Que quizás ella en sí era un rompecabezas y nadie, nunca, se atrevió a resolverla
por miedo a enredarse los dedos.
Parecía una bomba de relojería,
abandonada en tierra de nadie
y sin una verdadera razón para acabar con todo.
Pero es que, nunca se vio una sonrisa más sincera que la suya cuando miraba al mar o a las estrellas,
cuando se perdía en uno de sus libros sobre viajes que sabía que nunca iba a hacer,
cuando se escurrían entre sus manos historias de cielos cubiertos y trucos de magia.
Ella era una tormenta,
tras la que hubo de todo,
menos calma.

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